Él siempre había querido saber cómo eran las cosas.
Solo tenía seis años y a través de las palabras había aprendido que las cosas:
el cielo, la tierra, las plantas, todo tenía color... no podía ver. Con el
tiempo este niño aprendió a hablar, sus primeras frases fueron para preguntar
cómo eran las cosas que le rodeaban.
Había una pregunta que no tenía respuesta:
- ¿Puedes decirme cómo es el color rojo?
Sus padres... sus maestros... sus amigos... ninguno habían podido decirle cómo
era el color rojo...
Cuando iba de compras con su mamá y ella saludaba a alguien, notaba por su
forma de hablar, por el tono de su voz, que esa persona era amable, él
aprovechaba para preguntarle:
- ¿Puedes decirme cómo es el color rojo?
Las personas se quedaban mudas, no sabían qué contestar... algunos trataban de
explicarle con palabras lindas o palabras rebuscadas, pero ninguno atinaba a
decirle cómo era el color rojo. Decidió no volver a preguntar.
Paso el tiempo. Había decidido no saber. Pero llegó el día de su cumpleaños
número 7. La mamá le hizo una linda fiesta de cumpleaños e invitó a un mimo
para entretener a sus amiguitos.
El mimo contó la historia de los juglares, de cómo se hicieron los mimos, y
cómo surgieron los payasos. Tenía una agradable voz, que cautivaba a todos
quienes le escuchaban. Era ameno, creativo y, sobre todo, tenía mucha
imaginación.
Al terminar la fiesta, y mientras el mimo recogía sus cosas, el niño se le
acercó lentamente... Tenía miedo... ¿y si le preguntaba a él? pero... ¿y si
tampoco supiera explicarle? Mas el mimo había sido tan ameno, tan sensible. ¡Tenía
que preguntar!!!
Su corazón latía fuertemente cuando con una débil voz preguntó:
- ¿Puedes decirme cómo es el color rojo?
El mimo lo tomó de la mano y dijo:
- Ven, siéntate - mientras de su gran bolso extraía un bombillo que enchufó...
cuando estuvo caliente, lo puso entre las manos del niño, y dijo:
- Así es el color rojo.
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