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lunes, 30 de abril de 2012

Briseida y Tata


 
 
Briseida está sentada bajo una sombrilla a la orilla de la playa. Hay fuerte oleaje, por lo que cada cierto tiempo una ola moja sus pies inertes… Sonríe Briseida, mientras observa a las personas que están a su alrededor: niños y niñas jugando en la arena; papás y mamás preocupados por que sus hijos no se quemen por el sol; jóvenes jugando a la raqueta de playa. Un poco más allá, está un papá ayudando a su hijito a hacer un hoyo en la arena. Voltea a la izquierda y observa el amor que se refleja en el rostro de una abuelita mientras prepara un sándwich para su nietecita.
Pueden ser escenas comunes, mil veces repetidas en cualquier playa. Sin embargo cada una es única y singular.
Briseida siente como crece el amor en su pecho… Se imagina ser esa mamá qué tiernamente remeda los balbuceos de su bebé. Aquella otra que comparte una conversación sencilla con sus niños. Cada escena es una fuente de amor para llenar su corazón. La brisa marina alborota sus cabellos, cierra sus ojos, llenándose de fantasía; debe impregnarse de mucho azul de mar, de mucho olor a playa, de sabores de mar, salitre; le pedirá a su hermano que la ponga un rato fuera de la sombrilla, así podrá llevarse hasta un poco de sol en su piel…

Al caer la tarde, Briseida regresará al cuarto de hospital donde ha estado recluida durante los últimos dos años. Un cuarto de hospital que comparte con la señora Jiménez. Mientras el sol entibia su piel, rememora Briseida a aquella noche… Caminaba de regreso a su casa como a las siete de la noche de un día normal, al cruzar una intersección, un vehículo salió sin respetar el semáforo arrollándola, dejándola tirada como un bulto inservible. Quedó allí inconsciente y sin auxilio por largo rato. Cuando los del servicio de emergencias la rescataron, reconocieron que aún vivía por su gran fuerza de voluntad. Luego de horas en pabellón, los médicos anunciaron que gracias a su fortaleza se había salvado, con parálisis de sus miembros inferiores y una lesión irreversible en sus riñones… Desde hace dos años Briseida estaba literalmente pegada a una máquina de diálisis. Recién comenzó su convalecencia, ella pidió que le trajeran lápices y papel para escribir, pero pronto se cansó, quizás porque nunca las letras habían sido de su interés. Además este entretenimiento fue rápidamente sustituido por su mejor hobby: contar cuentos. Recién había cumplido sus primeros ocho meses en su nueva condición, cuando llegó la Sra. Jiménez como compañera de cuarto. Tata, como cariñosamente la llamaban sus hijos y nietos, era una señora que había sufrido un fuerte ACV (accidente cerebro vascular) que la dejó cuadrapléjica, por lo que Briseida se dio a la tarea de contarle cuentos, algunos ciertos, la mayoría inventados. Ambas mujeres crearon un fuerte vínculo que las unía: Briseida contaba y reía, Tata escuchaba y agradecía la locuacidad de su amiga, con sonidos guturales. Por eso era tan importante para ella llevar y memorizar la mayor cantidad de imágenes, tenía que contar tantas cosas a Tata.

Esta aventura de ir a la playa, había sido una propuesta del médico. Quería probar que Briseida podía estar fuera de la máquina de diálisis por algunas horas… Así fue como propuso a su hermano un día de “vacaciones” en la playa. Para Briseida no importaba si el experimento había sido un éxito o un fracaso, para ella era un premio suficiente la cantidad de vivencias que le servirían de materia prima para las nuevas historias que le contaría a Tata.

- ¡Tata, Tata!!! Llamó desde la puerta, mientras dos enfermeros la conducían a su habitación. - ¿Tata? Briseida se asustó de ver a su amiga con los ojos cerrados. Buscó respuesta en el rostro de los enfermeros: - ¿Qué pasa? Cuando sus ojos regresaron a la cama, se dio cuenta que en los ojos de su amiga había picardía. Tata la estaba esperando…


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Evelyn Ranauro

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